-Han sido días muy pesados en el trabajo, dame chance de no vernos
esta semana, ¿te parece?
-...pues no, no me parece porque es la semana de
San Valentín...(corrijo) no es que a mí me interesen estas cosas, pero...pues
en este caso sí...(recapacito) pero está bien, no te preocupes, me aguanto.
Diálogo sostenido entre mi pareja y yo el día de
ayer.
Qué
difícil es no caer en las garras del amor romántico y de toda la parafernalia
que rodea al Día del Amor y la Amistad. Él y yo somos una pareja de adultos,
profesionales, en muchas cosas estamos más allá del bien y del mal... pero
estamos empezando una nueva etapa de nuestra relación en la que debemos
afianzar muchas cosas. ¿Qué importancia tienen estos días para saber si
funcionaremos o no? ¿Será un periodo de prueba como el que tuvimos la pasada
Navidad?
Todas las
parejas pasan por momentos difíciles. Somos seres humanos, imperfectos. No todo
son besos y arrumacos. Existe la resistencia en muchos casos a amar y dejarse
amar, en otros casos la aprehensión de querer estar cerca del otro/a, la
necesidad de tener certezas en la vida, y la negociación de
por medio que es más saludable y garantiza la calidad de la relación, pero que
es menos agradable que hacer el amor y regalar peluches.
¿Por qué
fuimos enseñados a andar de par en par?
Bueno,
según el psicoanálisis el verdadero meollo del asunto radica en nuestra necesidad muy
humana de reconocimiento, algo de lo que no debemos sentir
vergüenza puesto que no hay un solo ser humano que no lo necesite. Y esta
necesidad, invariablemente surge de la combinación de dos grandes
deseos imposibles de satisfacer al cien por ciento: el deseo de dominar sobre
alguien, y el deseo de sentirse amado por alguien. El equilibrio entre
ambos deseos, presentes en ambos miembros de la pareja, es lo que posibilita finalmente
una relación amorosa.
De este
modo, se explica por qué una persona puede sentirse incompleta si no tiene el
reconocimiento del otro/a, por qué siempre andamos queriendo asentar nuestra
valía en las cosas más inmediatas y que engañan de forma eficaz al ojo ajeno,
como la apariencia física, los bienes materiales o el éxito profesional, lo
cual no es suficiente la mayoría de las veces para obtener ese reconocimiento
genuino que encierre la satisfacción de dominio y de amor al mismo tiempo. Es
por eso que siempre que no hay claridad en uno/a mismo/a, quedan las preguntas
muy válidas pero muy mal entendidas como ¿Qué sientes por mí? ¿Qué somos? ¿Me
quieres como yo a ti?
El
problema no son las preguntas, el problema está en la muy chata definición de
amor que tenemos hoy por hoy los seres humanos. José Mariano Leyva en su libro
"El Complejo Fitzerald" (Tierra Adentro, México, 2008) hace un
estudio comparativo sobre los temas que han sido el motor de la literatura
juvenil a lo largo de la historia, entre ellos uno de los más importantes,
claro está, es el amor. En algún momento el autor cita a Fréderic Beigbeder, (El
amor dura tres años, Anagrama, Barcelona, 1999) quien se postula al
respecto de la siguiente manera:
"Nuestra generación tiene una pésima educación en el terreno sexual.
Creemos saberlo todo, porque vivimos bombardeados de pelis porno y porque
nuestros padres han hecho su revolución sexual. Pero todo el mundo sabe que la
revolución sexual nunca tuvo lugar. En el sexo, al igual que en el matrimonio,
nada se ha movido ni un milímetro desde hace un sigo. Nos acercamos al año 2000
y las costumbres son las mismas que en el XIX, y algo menos modernas que en el
XVIII. Los hombres son machistas, torpes, tímidos,y las chicas son púdicas,
reacias, acomplejadas por la idea de que las tomen por unas ninfómanas. La
prueba de que nuestra generación es sexualmente nula es el éxito de los
programas que hablan de sexo en la radio y la televisión, el ínfimo porcentaje
de jóvenes que se ponen preservativo para hacer el amor"
Me parece
adecuado traerlo a cuento por la contundencia y la claridad de su opinión, y
por lo realmente cercana que se siente en pleno siglo XXI.
Leyva
explica el modo en que, desde siglos atrás, la gente sigue creyendo en el amor
como la única tabla de salvación, y cómo a pesar de la lenta evolución de las
relaciones interpersonales, la llegada de las nuevas tecnologías y el cambio
paulatino del mundo tendente al individualismo, secretamente sigue creyéndose
en el amor -sobre todo el amor de pareja- como un oasis donde confluyen las
compensaciones por ir en contra de la naturaleza humana, misma que NO es verdad
que tienda a la soledad: es bien
sabido que el ser humano es un animal social.
Amar a alguien es pues, el pretexto idóneo para seguir los impulsos más
naturales de búsqueda de compañía.
Sin
embargo el oasis del amor es más bien un espejismo, un holograma fabricado por
la comercialización del afecto que ha tomado al amor romántico como el único
modelo a seguir desde el imaginario colectivo: hay que dedicar canciones,
mandar mensajes, dar regalos y hacer de cierta fecha "una ocasión especial
para amar".
Lo mismo sucede en la Navidad y la víspera, que son fechas donde uno
necesariamente tiene que sentirse más cercano a la gente, más "buena
persona". Y así como la caridad se confunde con el amor en temporadas
navideñas, también el romanticismo se confunde con el amor durante el mes de
febrero.
¿Qué
implica el amor romántico?
Puede
usted ir a la Wikipedia y averiguar en unas cuantas líneas qué es lo que
engloba. Desde el punto de vista psicológico, el romanticismo es una
etapa por la que pasamos la mayoría de las parejas, equivalente
a la etapa del cortejo, mejor conocida como enamoramiento: atracción
física, empatía psicoemocional, sensación de bienestar al lado de la persona,
impulso de compenetrarse en todos los sentidos, es decir, deseo de fusión
sexual y al mismo tiempo de compartir todos los demás aspectos de la vida a
fondo. De ahí las frases "Eres el amor de mi vida", "Quiero
pasar todo el tiempo a tu lado", "Contigo me siento en las
nubes", "Nunca voy a encontrar a nadie como tú" (o el más perverso
"Nunca vas a encontrar a nadie que te quiera como yo"), "Juntos
hasta que la muerte nos separe" etcétera, etcétera, etcétera.
Al
contrario de las primeras preguntas citadas, que tienen que ver más con una
búsqueda de identidad personal en relación con el otro/a, que implican una
búsqueda de comunicación e interés por la opinión y los sentimientos del
otro/a, que no parten necesariamente de un sentido de exclusividad y egoísmo
sino de preocupación por la posición de la otra persona respecto a la relación;
estas últimas frases mencionadas aluden a comportamientos adquiridos a través
de la historia y de una concepción aprendida del amor de pareja: indican un
profundo egoísmo, el sobreponer las propias sensaciones y acaso sentimientos
personales, a los intereses y opinión del otro/a.
Es verdad
que durante el enamoramiento las sustancias químicas del cerebro que ayudan al
discernimiento y la solución de conflictos se producen en menor cantidad, sobre
todo si se trata de pensar en "esa persona". Las sustancias químicas
como la dopamina y las endorfinas invaden todos los impulsos nerviosos
generando una sensación completa de bienestar imposibilitando la necesidad de
racionalizar sobre ello.
Por
supuesto que con voluntad y conciencia todo se logra, pero por ello es
necesario debatir más sobre el tema sin creer ciegamente en "el amor para
toda la vida". Durante nuestra permanencia en la tierra conocemos
infinidad de personas a quienes somos capaces de amar, y muchas personas son
capaces potencialmente de amarle a uno, sin embargo, al seguir poniendo nuestro
valor en otras cosas que nos distraen de los valores éticos, nuestra capacidad
de amar y por ende, de ser amados, va disminuyendo de modo tal que nos vamos
arriesgando menos, que nos vamos situando en zonas de confort, sostenidos por
el sentido común y respaldándonos en las ideas limitadas, pero socialmente
aceptadas del amor romántico.
Estar
casado o casada te da más estatus social que ser soltero o soltera. La
necesidad humana de emparejarse privilegia un estado civil en donde
supuestamente la persona encontró alguien que decidiera permanecer a su lado el
resto de su vida –lo cual le sitúa por encima de la gente que no ha encontrado
lo mismo-, y condena el divorcio como un supuesto fracaso de vida –baja de
estatus por no haber sido capaz de conservar ese privilegio.
Por eso
es que es tan fácil caer en las garras del bombardeo romántico presente en
estas fechas, pero también durante el resto del año:
- Por
un lado está la necesidad personal y natural de interacción o con los
otros, lo que se hace difícil en sociedades cada vez más renuentes al
compromiso a nivel meramente humano. De ahí que cuando encontramos UNA
persona dispuesta a sostener cualquier tipo de relación interpersonal con
uno, pero además cumple con los requisitos para que se dé un
enamoramiento, la idea del amor -en este caso, de pareja- como una tabla
de salvación, se fortalece.
- Por
otro lado está la presión social que siempre insiste sobre solteros y
solteras que "ya te quedaste a vestir santos", "vamos a ver
si sales en rifa", "te presento un amigo o amiga", "¿tú
tan guapo/guapa y no tienes a nadie?", "soltero maduro, puto
seguro" (incluyendo además dentro del único amor válido, el
heterosexual), "¿cuándo vas a presentarnos un novio/novia?",
- Y
por otro lado las manifestaciones válidas de amor que incluyen dar
regalos y celar, demandar exclusividad. Se han olvidado de todas las
demás manifestaciones de amor que no excluyen al amor de pareja, sino que
son válidas para todo tipo de relación interpersonal, y que van desde el
contacto físico (un beso, un abrazo, un apretón de manos, el acto sexual)
hasta una discusión con fines de negociación, respetuosa, equitativa;
pasando por la convivencia, el juego, la diversión, la compañía en momentos
difíciles, el apoyo emocional, la comprensión, evitar juicios y
prejuicios, críticas destructivas, faltas de respeto, violencia. Los
regalos y los celos no son más que instrumentos condicionantes de la
conducta: estímulo-respuesta. Se compra el cariño o se obtiene por medio
de la intimidación.
Los regalos, como me decía una amiga muy sabia "sólo se dan como
reconocimiento, cuando esa persona ya se lo ha ganado de una u otra forma, no
para esperar que se comporte en consecuencia".
Hacer el amor es muy delicado. No se limita a la forma de actuar en la
cama. Hacerle el amor al otro/a es comprenderle, querer ayudar y procurar la
comprensión y la ayuda voluntaria de parte del otro/a. Ese es amor en el más
estricto sentido de la palabra. Equilibrar el egoísmo y la generosidad como
escribiría Erich Fromm (El arte de amar). Amor que aplica no sólo a parejas
sino a amigos, hijos, padres...
Quien escribe es una mujer enamorada, de ahí el posible 'sesgo
romántico' que pueda tener el artículo presente. Una mujer que no va a festejar
el 14 de febrero con su amado, pero que está contenta porque su amor va más
allá de las convenciones sociales, y sabe que si hay una llamada o mensaje de
pretexto para no obviar San Valentín, será sólo porque la etapa en la que
estamos amerita valernos de estos momentos para brindarnos seguridad mutua,
confianza y certeza en que todo estará bien a pesar de nuestros tiempos. A fin
de cuentas vivimos en esta sociedad y no podemos escapar fácilmente de la sobre
estimulación comercial que nos rodea, lo cual puede conflictuarnos como nos
sucedió en diciembre pasado y por lo cual decidimos darnos un tiempo.
Hoy espero que eso no se repita. Conciencia y voluntad ayudan a pensar
profundamente a pesar del enamoramiento. Hoy espero que el amor suceda.
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